jueves, 30 de enero de 2014

De Cortés a Palenque

Estoy sobre la entrada del pequeño camino junto al borde del asfalto, por las rendijas de la mañana verde se escapa una brisa que me enfría la punta de la nariz y del degradado de las luces del alba despuntan los primeros rayos dorados que ya calientan suave, lentamente.


Desde lo alto del puerto se divisa buena parte del estado de Oaxaca, lo cierto es que fue una suerte encontrar el promontorio donde hemos pasado la noche, sin duda un lugar especial, alejado unos doscientos metros de la carretera y elevado sobre ella, nos proporcionaba la visión de las luces de los tráilers serpenteando montaña abajo entre los arboles iluminados por una oronda luna llena.

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Noches de magia.

Sujeto con fuerza el manillar para no ser vencido por el peso de Cleta, calo mi pie derecho en el automático y de un corto golpe pedal salvo los quince centímetros del zócalo de la carretera, recoloco de nuevo el pie para salir, una patadita más y en el mágico equilibrio de las dos ruedas comenzamos a deslizarnos suavemente, dejándonos caer, notando la aceleración paulatina del viento en la cara, el frío se cuela por el cuello de la chaqueta cerrada hasta arriba, pero el sol, que ya alcanza algunas curvas que escapan del sombrío, caldea cuerpo y espíritu.

Por el rabillo del ojo miro hacia atrás, nadie viene, es muy temprano. A través de los guantes acaricio suavemente el manillar mientras me suelto irguiendo el torso.

Cabeza, columna, cadera, piernas...todo rota, se comba, gira o pivota suavemente para mantener la trayectoria, corregir esos primeros instantes en los que calculamos, medimos y controlamos el peso, el nuevo centro de gravedad, ese que cambia cada día según las provisiones o la posición de la carga dentro de las alforjas.

La velocidad aumenta, las curvas se cierran y bicicleta y yo somos uno, puedo sentir cada pequeña irregularidad del asfalto y ella responde al más mínimo movimiento de mi cadera, el control es total y comenzamos a disfrutar de verdad casi a entusiasmarnos.

Pronto me guiña con un destello en el pequeño espejo retrovisor, es la señal, los dos queremos hacerlo y el momento es perfecto. Estiro el cuello, coloco totalmente vertical la espalda, extiendo a noventa grados los brazos abriendo ampliamente la caja torácica, endureciendo los abdominales, tensando las piernas, percibiendo cada músculo, siendo consciente de cada movimiento y haciéndolo fluir a través de la cadena articulada que somos Bicicleta y yo.

Primero la rueda delantera en una bonita curva ascendente y detrás, siguiéndola, la trasera. Nos elevamos despacio, pero no importa no hay prisa, ya nos encontramos a dos metros del suelo y por un momento pienso que si algo sucediera el golpe iba a ser bien jodido.

Disipo rápidamente la imagen de mi cabeza, quiero seguir disfrutando, no todos los días vuela uno, y el precio está pagado, fueron tres horas de la tarde de ayer, escalando un puerto con las ultimas luces del día.

Esta señal nunca miente, toca subir.

El pasado se cruza un instante por mi mente, miro el reloj, la fecha, la hora. ¿Que hacía unos meses atrás, justo en este preciso instante? Me siento tan afortunado, he cambiado estar conduciendo mi coche hacia el trabajo en una fría y oscura mañana de invierno, por planear sobre México un lunes a las 7.30.


Una gran sonrisa incontrolable, que brota directamente de las entrañas se dibuja en mi gesto. El conductor del Volkswagen bochito que sube renqueante la cuesta en dirección contraria, nos mira atónitos, con la boca abierta y torciendo el cuello para asomarse al parabrisas delantero se frota los ojos con el reverso de la mano derecha para confirmar que no esta soñando. No es para menos, no todos los días ve uno una bicicleta tan rechula volando con esa gracia.

Ya estamos tan alto como la copa de un árbol, desde aquí disfrutamos del cañón sobre el que se enroscan las curvas y que se pierde a nuestra derecha. ¡Que bonitos se ven los arboles, los cactus, la roca todo bañado por esa luz, como si fueran mitad de ámbar!

Encojo los hombros juntando los puntas de los omoplatos, los codos levantados a la altura de las orejas y las manos relajadas, descolgándose, preparadas para recibir el latigazo. Las levanto rápidamente y envío toda la energía acumulada en la espalda a través de cada articulación hasta la punta de los dedos, en una potente y orgánica batida de alas, que nos propulsa a los cincuenta kilómetros por hora donde aletea violentamente mi plumaje de Gore tex rojo e inyecta adrenalina en cada recodo del animo.

Pringado Leo di Caprio, no hace falta un Titanic para ser el rey del mundo.

Ya se vislumbran los humos que se elevan de los comales allá en la aldea, preparan las tlayudas de maíz para el desayuno. El tope, que siempre encontramos a la entrada esta cerca y yo me inclino despacio y me agarro de nuevo del manillar, le cuento a Bicicleta que ya tenemos que bajar, que no se preocupe que mañana y al otro y al otro, si podemos, volveremos a volar. 

Tlayuda y Atole.

Descendemos suave, igual que despegamos, en una harmónica curva en el vacío, noto el contacto, de nuevo la rugosidad del asfalto y los murmullos del caucho sobre este, con mis dedos índice y corazón acciono las manetas hidráulicas del freno. En un rato pequeño estaré con un Nescafe entre las manos y una quesadilla.

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Y una vez más son los bomberos que me reciben, la bajada del paso de cortes fue mucho más complicada de lo que cabía esperar, un camino de tierra con bancos de arena que bloqueaban inesperadamente las ruedas de Cleta haciéndonos caer en unas pendientes que le sacaron los colores a los discos de freno, también fue esa tarde en la que nos separamos momentáneamente Yuta, David y yo.

Llegue  de noche a la estación con pinta de refugiado de guerra, polvo y tierra como para plantar papas en las orejas y cara de haber parido un bebe hipopótamo, pero en dos horas estaba recién duchado (usando agua calentada con una resistencia en un cubo y un recipiente de yogurt de medio litro para verterla sobre mi).

Y en la mesa con otros seis hombres compartiendo la cena deliciosa de pollo, cerdito y frijol, haciendo bromas sobre la inventada homosexualidad de uno de los bomberos, el más gordito y tímido y riéndonos a carcajadas de alguna que otra anécdota, por supuesto siempre haciendo mofa del pobre desgraciado que hacía las veces de diana en ese momento.

Personas con recursos escasos o inexistentes para hacer su trabajo, pero a los que les sobra voluntad y hospitalidad.


Ya en Puebla comienzo a sospechar algo que venía mascullando. Todas las ciudades coloniales me comienzan a parecer iguales y definitivamente si algo va a hacer que mi experiencia sea especial va a ser por parte de la gente, aquí visito alguna que otra capilla famosa y me encabrono una vez más con la iglesia y sus paredes forradas de oro y estómagos forrados de hambre.

Arquitectura colonial.

La tierra que separa Puebla de Oaxaca hace magia, tan pronto estas dentro de un desierto de cactus cardones y paredes de cañones rojizos donde solo cabe esperar la emboscada de los indios, como ruedas al lado de plataneros o te metes entre un bosque de robles.

Montaña.

Valle.

Teotitlan de Flores Magon, fue en este pueblo que medró en estos parajes donde encontré a Eric, o más bien me encontró el a mí. Andaba yo rondando el ayuntamiento para ver si me dejaban dormir en alguna sala cuando se acercó, me estrecho la mano y en un cruce de cuatro palabras ya me había ofrecido dormir en la casa junto a su familia. Esto me ha sucedido más de una vez, pero no deja de sorprenderme cuan hospitalaria es la gente, pensadlo, ¿cuantos de nosotros abriría la puerta de su casa a un tipo que no conoce ni de cinco minutos?.

Chicos de la escuela de Teotitlan.

Eric, profesor de música, junto a su mujer y algún chico más tienen un coro que toca en las iglesias y ese noche me invitaron a asistir a una función especial en conmemoración de la patrona de las fiestas.

La misa se celebró en uno de los barrios mas humildes del pueblo, bajo un techo de chapa sustentado por dos paredes de bloques de hormigón que hacía las veces de iglesia. La gracia del asunto es que toda la colonia estaba formada por indígenas y de pronto me vi sentado en uno de los bancos corridos rodeado básicamente de mujeres con niños colgando y ancianos que me miraban de reojo preguntándose -¿Y este de donde se ha caído?- y ya no os cuento cuando el cura pedía que nos levantáramos y mi cabeza sobresalía por una medida de las de todo el mundo y quedaba expuesto a toda la congregación. Toda una experiencia.

No me gusta que me rodeen. En mi camino a la ciudad de Oaxaca me tope con decenas de camionetas que regresaban de una romería en honor a la virgen de Juquila y fue en una tiendita-restaurante de carretera donde pare a comprar una Coca Cola que un grupo de estos piadosos "buenhombres" me casi-obligaron a aceptarles unas cervezas.

"Fábrica" de Mezcal.

Me encantan estos católicos peregrinos, agradeciendo a Dios rotulando sus vehículos que conducen borrachos como cubas y que limpian el polvo de mis alforjas en las curvas de la carretera.

Y ahi estaba sentado con la familia, ellos balbuceando la fe que le tienen a la Juquilita y lo buena que se pone la procesión (me lo puedo imaginar a juzgar por los alientos) y ellas aguantándoles la peda, cuando llegó una nueva camioneta perteneciente a la comitiva, de la que se bajaron no menos de diez mexicanos sin camiseta, algunos rapados, tatuados y por supuesto todos igual de borrachos, rodeando a Cleta, toqueteando el mapa, su amortiguador, las ruedas... Note como la pobre me miraba, como diciéndome, -Veeeeeen-. -

Tranqui compa, solo están curiosos- me decía el de los balbuceos. Si vale, ok, pero me levante para ver que le hacían a Cleta y ya me vi rodeado al completo por todos formulando preguntas a toda velocidad que no me dejaban terminar de responder, muy intrigados con para que valía cada cosa y cual era su precio, hasta el valor del pinche mapa del oxxo querían saber.

Y es cierto que era pura curiosidad y que preguntaban de buen rollo, pero en esas situaciones, entre una panda de borrachines, me siento como si sujetara una cerilla que se apura dentro de una habitación con cajas de TNT.

Doñas.

Había leído por las retorcidas curvas del dibujo del mapa que el puerto a salvar para llegar a la ciudad de Oaxaca iba a ser dificilillo, pero nunca imagine que me tomara dos días durísimos, donde el calor, la falta de agua y las rampas interminables me complicaron la vida un poco. Y eso que el panzudo peregrino me dijo que en un par de horas me lo ventilaba. Pero también es cierto que después de mucho tiempo volvía a acampar en mi hotel de mil estrellas con cena incluida en compañía del viento de la noche y los recuerdos del día.

Y carreteras dibujadas sobre curvas de nivel que se pliegan y repliegan me llevan a Oaxaca donde tuve la buena suerte de ser víctima de la hospitalidad de Omar, una especie de guía alternativo conocedor de los rincones más interesantes de su ciudad y que permanecen ocultos a los libros de Lonely Planet.

En el mercado.

Mercado de carnitas.

Mercado de carnitas.

Mercado de abastos.

Toro de fuego

Castillo de Fuego en honor a la Guadalupe.

Fue con Omar, Cody y Gali que salimos a una noche loca, donde los efluvios alcohólicos del Mezcal atrajeron alebrijes de piel húmeda y brillante de arco iris hasta mis sueños tentándome con la fruta prohibida.

Omar y Cody.


Por mi parte me deje ir, escapando en brazos de Morfeo inyectado de su anestesia encargada de confabular con el licor y amanecerme con un terrible dolor de cabeza que hacía mucho tiempo no sentía.

Estaba montando en el taxi que llaman colectivo que por menos de treinta céntimos te llevan a ti y otros cuatro pasajeros, si cuatro, en la zona de la palanca de cambio se coloca un almohadón y listo, hay tienes el tercer lugar delantero, cuando un Walking Dead intento levantarse del bordillo de la acera en el que estaba sentado, con las piernas estiradas y la cabeza descolgada hacia delante de la que pendía un hilito vibrante que conectaba con la vomitona sobre la camisa y la bragueta de los pantalones de pinzas.

Estaba desnucado en el suelo, el anterior sobre una carreta.

La maniobra no resultaba sencilla, primero se tumbo desplomándose hacia atrás y acto seguido rodando sobre su panza tras unos cuantos intentos de balanceo mudo, frenado, como a cámara lenta.

Su aspecto por detrás, como buen WD no defraudaba, cagado, la roncha de mierda se extendía desde la parte alta de la pernera cubriendo todo el trasero donde adquiría un color mas oscuro y empapaba hasta la parte de los riñones de la camisa mal metida por dentro de la cinturilla.

Después la maniobra de ponerse a gatas  se complicó, pues los brazos cedían entumecidos de alcohol dando de bruces contra el hormigón la cara del pobre diablo.

No fue más fácil plantarse sobre las piernas y pasar de cuatro puntos de apoyo a dos, por suerte para él, el taxi estaba cerca y fue el báculo perfecto, ya que no solo le sostenía si no que su intención era que le regresara a casa, probablemente a una que perdió hace tiempo y que la ex mujer cerraría a cal y canto según se acercara.

Nuestro chofer, experto en tratar estos zombis actuó rápido...-cierren las puertas, suban las ventanillas- y fue que el pestilente hombrecillo fue buscando una entrada en la caja con ruedas hasta que dio con el maletero, estoy seguro que la visión borrosa no le dejaba discernir que demonios de puerta estaba abriendo pero supongo que tampoco le importaba mucho viajar en cualquier lugar, al fin y al cabo la dignidad se la robo el mezcal y el aguardiente hace tiempo y se arrastraba por la calle meado, cagado y vomitado tarde si y tarde también.

De estos fueron unos cuantos que pude ver en la ciudad, no es la primera vez que veo enfermos de alcoholismo, pero si tantos y tan jodidos.

Super Yuta.

Fue Oaxaca que me devolvió a Yuta del que estuve separado como una semana desde el paso de Cortes. Ya ves tu, al principio acepte viajar juntos, imponiéndome que le echaría una mano con mi compañía y sobre todo con mi forma de desenvolverme pero que no le "cargaría" mas allá del DF y resulto que mi prepotencia se desmorono al encontrar un compañero excepcional al que había echado de menos los últimos días.

ZigZag a Hierve el Agua.

-Tenéis que ir a hierve el agua- nos insistió Arom. Lo único es que nos obligaba a rodar por unas rampas de tierra que se quiebran en una costura aguda escalando sobre la falda de la montaña. Nada que no se resuelva con tozudez y tiempo.

Tuvimos que acampar y posponer la subida. Adios al sol.

Rampas para desayunar.

Hoy tocó montaña de la buena de verdad, rampas brutales nos han conducido por un camino de tierra hasta Hierve el Agua.


Collado

¡Qué sitio tan bonito! De diferentes manantiales junto a un cortado, brota agua que se vacía en piscinas naturales color turquesa, estas pozas se desbordan formando una cascada que se precipita hacia el abismo de un valle verde de encinas y otros árboles. El punto está en que no es una cascada común, si no que está petrificada por miles de años de agua rica en minerales y sobre la que sigue discurriendo destellante la líquida y fina capa que alimenta la mole calcárea. Imagina bucear algunos metros y emerger despacio, justo hasta la barbilla para poder tomar aire y asomar la mirada al vértigo del agua.

Cascada eterna.

Recompensa.

Esto debe de ser lo que llaman piscinas infinitas.
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Cerca de ese lugar, a unos cientos de metros por encima, alcanzado de nuevo el collado tenemos el campamento, debajo de un cielo velado por la luna llena que ilumina con más claridad de la que cabría esperar en la noche y con el viento agitando el nylon de la tienda.

Extracto de correo

Campamento.

Fue esa misma mañana, que siguió a la redacción de este correo, que prepare mi desayuno de café con galletas, mirando hacia el valle, mientras las nubes coquetas, desplegaban sus abanicos de luz posándolos delicadamente en el perfil de las lomas.

Abanico de luz.

Vistas desayunando.

Regresando a la carretera general.

-Ey  chico, monta, te cruzamos-
-No, gracias amigo, prefiero ir en bici.-
-Mira que esta muy cabrón el viento, ha llegado a tumbar trailers. ¿estás seguro que no quieres que te llevemos?-

Hasta dos camionetas pararon para invitarme a cruzar esa zona del istmo de México llamada La Ventosa y que se queda chica en el nombre. A esas alturas estaba solo y era tarde, pero ya había tenido mis batallas ganadas ese día y no era el momento de tirar la toalla. Vamos por partes.

Aun con el sabor del café del desayuno en el paladar me concentro en el neumático trasero de Yuta, no puedo perderlo de vista por que rodamos muy pegados, no a mas de 30 centímetros y no tengo ganas de golpear con mi rueda de dirección y pegarme una ostia.

Es la única manera de mitigar el fuerte viento racheado que te cambia la trayectoria cuando menos lo esperas. Ahora le toca a mi compañero parapetarme, aunque no se si es muy buena idea, el pobre pesa cincuenta kilos y es una plumita combatiendo un huracán y como no podía ser de otra manera, este, cumple sus amenazas, y en un resoplido de mala leche saca al japonés de la carretera que tiene que frenar de emergencia.

La ventosa y sus alrededores están plagados con miles de generadores.

Por supuesto, no me da tiempo a reaccionar en tan corta distancia y le alcanzo por detrás con toda el equipo. Mi pie izquierdo rota sobre el pedal automático, el talón se mete entre la rueda y escucho un quejido sordo y metálico por parte de Cleta.

Desde ese preciso instante lo se, Bicicleta es una guerrera y nunca se queja sin motivo. Y aunque el sollozo ha sido mudo, como aspirándolo para que yo no lo escuche la reviso detenidamente. El diagnostico no es bueno, le he partido dos radios, y con el peso que carga no seria muy inteligente continuar y exponerse a que su rueda se doble y se desbarate, tomo la decisión rápido, no dice nada y tuerce una sonrisa apretada para tranquilizarme pero yo se que le duele y mucho.

Me despido de Yuta, le animo a que continúe sin nosotros y le emplazo a encontrarnos al día siguiente. Bicicleta y yo intentaremos llegar a la localidad que dejamos hace un par de horas, lo hacemos en 45 minutos, de repente ese viento se convierte en una mano amiga que nos lleva en volandas.

Ya en el pueblo, encuentro una tienda que tiene la medida de rayos que necesito y un mozo de taller poco hablador y con herramientas desgastadas pero increíblemente rápido y habilidoso, en veinte minutos me soluciona el problema. Me ha costado poco más de un Euro y me lanzo de nuevo al infierno.

No podía creerlo, nunca en la vida, ni en la cumbre más ventosa había experimentado algo igual. El viento lateral, fortísimo y constante se convertía por tres o cuatro minutos en una ola invisible de un mar embravecido contra el que siempre vas a perder.

Para que os hagáis una idea, estas rachas lograban levantar a Bicicleta de su parte delantera y la hacia pivotar 45º sobre la rueda trasera, como si de una veleta se tratase. Arrastrándome a mi detrás sin soltar el manillar, solo quedaba esperar ofreciendo la mínima resistencia posible y aguantar los embates hasta que se calmara y poder caminar a duras penas.

Pfffffffffffiiiiiiuuuuu, de forma súbita el bufido ensordecedor en los oídos se detuvo, había cruzado la famosa Ventosa y un curva a la derecha me posicionaba con una ligera brisa desde atrás, que me ayudó e hizo compañía hasta el cultivo de grano que haría las veces de jardín y hogar por esa noche.

La luna tiene envidia del sol.

Fueron como dos eternas horas para recorrer los cuatro o cinco kilómetros de ese tramo, pero mereció la pena solo por sentir la experiencia de cuando los elementos se ponen brutos.  Yuta no lo consiguió y por lo que me contó más adelante una corriente le hizo despegar con bici incluida en la caja de una pick up que le ayudó a cruzar.

Sobre la carretera, pintado con spray azul se puede leer las iniciales WS y CS con flechas que indican un desvío hacia el pueblo. Todo viajero en bici las identifica rápidamente y sabe que se trata de la red de hospitalidad WarmShowers y CouchSurfing. Si no la encuentras da igual, cualquiera que te vea con la bici cargada va a saber lo que buscas y te va a indicar como llegar a la casa.

Hombre maduro de complexión fuerte y pecho poderoso, pelo negro frondoso y mirada directa a los ojos que desvela un carácter férreo, enérgico y amable al tiempo.

Rodrigo y su familia.

Rodrigo, maestro en mostrar con el ejemplo lo que es la hospitalidad con mayúsculas y sin reservas. Ofrece lo que tiene en lo que el llama un acto egoísta. -Pensáis que lo que hago es por vosotros y estáis equivocados, esto lo hago por mi, me permitís entrenar ese músculo llamado dar, y cuando ya no tienes reparo en ejercitarlo, lo que obtienes a cambio es inmenso.-

Recuerdo que estábamos desayunando, ni más ni menos que cuatro ciclistas, los dos hijos pequeños, la esposa de Rodrigo y este ultimo, que recibe una llamada. Tiene espías en cada entrada del pueblo con ordenes de llamar si ven entrar algún ciclista por la carretera. Sale corriendo, los intercepta y en unos minutos ya somos dos personas más a la mesa. Esa familia debería ser un ejemplo a seguir. Increíble


Verdes valles de hierva alta nos llevan hasta San Cristóbal de las Casas para el veinticinco de diciembre, de allí entre montañas, pinares y casas de madera  a la selva de altura, cabalgamos sus extrañas nubes que se enredan entre la vegetación y le roban la luz al sol escondiéndola dentro de sí, refulgiendo. Y siguiendo el curso de agua roto en cien cascadas turquesa  llegamos a Palenque  con el cambio de año.

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Chiapas, cuna del movimiento zapatista.

Los pinos dan paso a la selva.

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Palenque.

Fueron tres apariciones en veinte kilometros, que cada uno saque conclusiones. ($)

Las nubes juegan a ser niebla por las mañanas.

Comienza la extensa zona arqueológica Maya.

He pasado navidad y fin de año bien diferente a lo que estoy acostumbrado, esta vez no he tenido regalo envuelto en papel de charol pero pude disfrutar del calor y el cariño de lo que ya son nuevos amigos que enriquecen mi yo.

Preparativos de nochevieja.

Jump!

A los guías les gusta exagerar. Con voz emocionada nos explicaron que era un gran misterio como se habían subido las piedras de la pirámide....estoooo, solo pesan como mucho cincuenta kolos, chato.

Mega arbol de Tule.

Pudor. A veces los chicos también usan camiseta.

Es común el día que me paran, preguntan y me dan la bienvenida.

Chihuahua.

Que no se nos olvide.


A los que me leéis, un abrazo.