martes, 4 de noviembre de 2014

Perú Norte


En el Calvas se bañan unos muchachos y los envidio, el calor es brutal, he descendido muchos metros durante varios kilómetros y a las dos de la tarde el sol está rabioso y me muerde la piel del rostro que percibo tensarse mientras se deshidrata.

Cruzo el puente internacional, ambos lados tienen las barreras bajadas pero no hay nadie para levantarlas así que paso por debajo, agachándome y empujando a Bicicleta. Muestra inequívoca de lo remoto y relajado que es este borde.

Inmigración cerrada...sera hora de almuerzo, espero.

- Mierda, ya son las cuatro, llevo casi dos horas esperando y aquí no aparece nadie. ¡Ey, Compa! ¿tú sabes dónde vive el oficial?

Llamo a la puerta dos veces. El almuerzo había terminado en siesta y quince minutos más tarde un señor con los ojos hinchados y la boca pastosa me da una fría bienvenida al Perú.

Puesto de "control" policial.

Los días que toca cruzar fronteras son días que no me gustan mucho. Siempre va uno en un ligero estado de alerta, hace tiempo que la costumbre y usando el sentido común las paso tranquilo pero Perú guarda mala fama por algunos sucesos que me rondan la cabeza.

En el norte hay un lugar donde asaltan a los ciclistas una pandilla que va en motocarro. Paiján, ese es el nombre del lugar, quedaba bien lejos de la remota frontera de las montañas pero no pude evitar tensarme los primeros kilómetros cada vez que vi una de esas motos paradas en medio de la carretera con sus ocupantes aparentemente haciendo nada.

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Pero tan cierto es esto, como que en menos de lo que atardece esos días de transición, alguien me hace aterrizar y avergonzarme de mi desconfianza.

En la aldea de Namballe , Antonio y yo cuidamos que la noche no desampare las dependencias del ayuntamiento, donde no tardan en acomodarme.

Mientras compartimos la sopa de lentejas y papas, me cuenta que está ahí solo por un tiempo, por las elecciones, que el vive en la selva con los indígenas, que ya tiene un terrenito limpio para levantar la cabaña y plantar un poco de comida.

En lo que me platica sin descanso, miro sus envejecidas manos sexagenarias, tallando lentamente con un destornillador viejo un silbato en piedra, pienso en lo increíblemente sencilla y limitada que es su vida. Sus planes después de sufragar son, construir una choza en un par de días y ver crecer las papas, el fréjol y los plátanos mientras da forma por horas eternas a sus artesanías de cualesquier mineral del río y a judgar por su expresión y énfasis ser plenamente feliz y no necesitar nada más. Envidiable.

Esa búsqueda universal de la felicidad que cada uno llevamos dentro, parece resultar una formula sencilla viéndole.

¿Yo sería capaz? No creo.

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Pistas de tierra me descienden suavemente hasta el  caudaloso Chichinpe, por las paredes allá a lo lejos se desagua la selva que da de beber a estos arrozales que ora se extienden en la lejanía, ora, pierden terreno según me adentro en el cañon.

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Jaén, allí Miguel Obando me da una cálida bienvenida a su familia. El plan era quedarme una o dos noches máximo, pero Miguel me pide que le eche una mano con unos asuntos en Chiclayo, viajando a la costa. Además bicicleta esta desmembrada y recuperándose leeentamente del barrizal entre Ecuador y Perú.

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Fueron seis días de agonía, en una ciudad atestada de motocarros, ruido y gentes inevitablemente teñidas del gris de sus calles.

Una agonía que me desespera por momentos, voy muy retrasado respecto a los que me preceden y la ventana del corto verano en la Patagonia me pisa los talones.

Cruzo el emblemático Marañón en una barquita y me salpican aguas que no tardaran en llamarse Amazonas.

Durante una semana remonto el Uctubamba. Los primeros rodando un basto valle inundado de agua y verde donde los campesinos trabajan los campos de arroz.

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Disfruto de los últimos rayos de sol calidos bañandome en un afluente para, en un brusco giro encañonarme entre paredes verticales de pliegues rocosos que fugan más arriba de lo que la visera de la gorra permite.

Acompañándome en todo momento el Uctubamba, juego con el a buscar truchas entre sus reflejos...cuando gano me acuerdo de cuando eramos adolescentes y pedaleábamos durante horas para ir a pescar a Sobrón. A veces me dan ganas de comprarme una caña de nuevo.

Luego me doy cuenta que no era por los peces, si no por el bocata con coca-cola, sentados en una sombra fresca, cagándonos en la madre del político de turno o solamente disfrutando de la música del embalse golpeando suavemente las rocas.

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Gocta derrama su cabello de plata en un salto que salva más de 700 metros de caída libre...me desvié por instinto, ni siquiera lo tenía planeado.

Pensé varias veces que era una estupidez meterse en aquellas rampas serpenteantes, botando entre piedras durante cinco kilómetros. ¿Por qué?

Por tomar una taza de chocolate caliente sentado en la hierva, despidiéndome del poniente inundado en atardecer y murmullo de agua que se precipita.

Si, es un buen por qué.

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Acostumbrado a avaros explotadores de la tierra que les rodea, me encantó lo bien que lo han hecho en el tranquilo pueblo que aprovecha el turismo de la cascada.

Puedes montar la tienda en la plaza- campo de fútbol. Tienen baños públicos con ducha (todo gratis) y se interesan por que estés bien incluso después de haberte vendido la entrada a la tercera cascada más alta del mundo. Camino perfecto y bien señalizado. Centro de interpretación nuevo y en condiciones. De turismo sostenible y comunitario creo que podrían enseñar algunas cosas.

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Sigo trepando el retorcido intestino de piedra que el rio talla incansable, a veces, realmente bravo y en Tingo viejo me convidan a acampar bajo una palapa junto al río. Siempre el río. Y a quedarme un día extra. Como me dijeron, no debía perderme ir a las ruinas de Kuelap.

Echa cuentas, 90 km subiendo contra un viento atrapado en las paredes del cañón, que fluye como en cauce siempre de cara. Subidón a Gocta. Levántate cuando los gallos llaman a las primeras luces del alba y métete un Trekking de 4 horas para ver la cascada y pedalea otras 4 horas, subiendo por supuesto, que para eso es remontar un río. Madruga de nuevo si no quieres que a esa altura, donde uno puede tocar con las yemas de los dedos el sol, este te ase a fuego rápido ascendiendo en el treking a las ruinas de Kuelap donde llegas después de 4 horas y 1000 metros de desnivel más arriba. Dos días intensos...

Por suerte una familia me echo una manita para bajar con ellos y me convidaron a un bistec delicioso en plato rebosante de to-do. Bistec a lo pobre lo llaman supongo que irónicamente.

Ese atardecer la tierra aún ardía, no le quedaba mucho, tornabanse azul oscuro los montes al este y la noche venia fría como la anterior y la anterior.

Me baño ya en la penumbra de una luna llena prendida, antes de que se le escape el calor a mi cuerpo, a las piedras, al agua...

Guarda estos momentos buenos Alvarito...que los jodidos no faltan.

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En uno de los repliegues de la carretera el Uctubamba se despide a contra corriente horadando la montaña. Busca nacer.

Llego al final del valle y las rampas se endurecen para salvar el alto de Calla Calla.

Para duras las piernas, estoy agarrotado de la faena de los últimos días y para colmo comienzo a subir demasiado tarde, seguro de que ya no le quedará luz a este día en un par de horas y me va a tocar dormir bien alto aterido de frío.

Mereció la pena sentarse a contemplar los riscos encendidos en rojo y las voluptuosas lomas moldeadas en la luz que invadía un cielo azul puro e ingrávido.

Preparando la cena dentro de la tienda, a unos 3º y con un viento endemoniado nunca pensé que alguien apareciera.

Expliqué a la familia que la noche se adelantó y que por eso me había colado en la finca.

Ellos vivían unos ciento de metros más abajo en una casita cosida al  abismo junto a un puberto Uctubamba. No la había visto, ni siquiera había imaginado que allá, tras el recorte del monte, colgando en medio de la nada, pudiera haber una casa y mucho menos habitada.

Aún hoy me arrepiento a la invitación de pasar la noche con ellos y conocer como vivían, pero con el chiringuito montado y la cocina a todo gas no era cuestión de traslados.

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Sol, es lo que se ha de esperar en la mañana, su preámbulo claro y azulado no vasta para salir del saco y enfrentarse al hielo y escarcha formada por todos lados.

Uno mete la  cabeza dentro del saco, se arrebulla, se aprieta contra si mismo.

Siente su aliento calentando el mínimo espacio inundado tenuemente de la luz clara de la mañana que consigue traspasar las diferentes capas de nailon.

Me entretengo en cada pesado parpadeo de despertar, mirando las plumas a contraluz, atrapadas en la tela que suena como arena fina con cada respiración.

El lugar es tan íntimo que los trinos y gorgojeos de allá fuera suenan realmente lejos. El resto del mundo ni siquiera existe.

Uno mete la cabeza dentro del saco y desea despertar así cada mañana

Culminando el Calla Calla te puedes sentir poderoso y orgulloso por lo hecho. Habían sido cuatro días extenuantes y ahora me columpiaba de una nube allí arriba, viendo como la tierra se arrugaba bajo mis pies, hundiéndose a una escala difícil de concebir sin una referencia. Solo la fina culebrilla albina de hormigón pirueteando faldas abajo me mostraba desde lejos lo imponente de estos andes.

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Soy propulsado por el vendaval que peina estas cumbres, a mas de sesenta kilómetros, con curvas de ciento ochenta grados que terminan en abismos verticales.
Pareciera que las montañas quisieran despeñarme por humillarles con mi conquista, por suerte solo mi gorra pereció en el despropósito del viento.
La bajada es vertiginosa por momentos, soy un niño que le encanta jugar a deslizarse cuanto más rápido posible, mejor. En una de las curvas tengo que decidir cortarla tan cerca del precipicio para no estamparme contra la montaña, que la palma de la mano es suficiente para medir la distancia entre las ruedas y el barranco. Me da un vuelco el corazón, subidón de adrenalina, ¡estoy vivo!
Sesenta y pico kilómetros cuesta abajo y sin pedalear, la carretera se retuerce eternamente buscando los 900 m.s.n.m  de Balsas. En la mañana amanecí a 2º y ahora estaba a casi 40º.
Recuerdo que los pocos kilómetros que hice dedo en Honduras y Nicaragua no me pesaron en absoluto, fueron para llegar a tiempo de ver una buena amiga y el paisaje era anodino, yermo y azotado por viento sur.
Pero la subida a Celendín de más de 2500 metros positivos y jornada y media para completarla, me dolió en alma hacerla  en la parte trasera de una Pick Up. Preciosa carretera, promesa de una satisfacción dura de alcanzar, pero satisfacción al fin y al cabo. Lo peor el motivo, debía adelantar una jornada para llegar a tiempo de recibir un paquete dos días mas adelante en Cajamarca.
Una semana atrapado en Cajamarca, peleando con DHL y la aduana, me hacen tomar la decisión de cambiar el rumbo. Daré un rodeo de unos cientos de kilómetros para bajar a la costa, a Trujillo, donde solucionar el problema con el envío que espero, y de nuevo regresar a las montañas. Al menos en ese tiempo en Cajamarca famosa por sus lácteos puedo comer harto dulce de leche y queso en sus diferentes presentaciones, y para no perder las buenas costumbres, Herbert, mi anfitrión y yo, nos corremos sendas juergas de esas que dejan resaca.
Camino los pasillos angostos del mercado municipal buscando comprar algo de arroz y lentejas para los cuatro días que me separan de Trujillo.
Además quiero desayunar pero al pasar por el puesto de todos los días, el de mejor aspecto entre todas las tasquitas, no me detengo.
Me siento un poco "mal" por la plata que he gastado en cerveza y como ese día es el de partida ya estoy en modo ahorro total y me siento en el cuchitril de un par de cholitas de diecinueve, vestidas con delantal blanco y gorras de propaganda del bbva, por eso de dar identidad a la tasca, digo yo.
Voy a ahorrar unos miserables céntimos de euro, pero es algo más psicológico que otra cosa. Igual tenía que haber ido al puesto de todos los días...
Espero. Ni caso y eso que soy el único en la pequeña barrita de escaso metro y medio. Bueno el único no, hay un chulapo de camiseta sin mangas y pose de malote de "Greasse".
Casi ni se le oye, pero debe de ser muy gracioso o cochino lo que dice por que ellas se ríen como ardillas sonrojándose y amenazan a su Travolta con salpicarle agua.
Caguen la leche Álvaro, ¡Vete ya!
Al fin, decido interrumpir el sutil y elegante flirteo y pedirle un desayuno, que le toca servir de muy mala gana a la cholita, amiga de la afortunada que se llevaría al galán.
Avena, con café y sanduche (sandwich) de pollo....se le olvidó decir macerado en un virus simpático que lo mismo se manifiesta en gastroenteritis y o gripe jodida. Precio a pagar por ahorrarse unos céntimos.
Para bajar a la costa se puedes elegir entre tres o cuatro opciones. Una aparece en todos los mapas como carretera principal. Perfecta alfombra de asfalto tendida sobre el valle del Jaquetepeque que te posa suavemente junto al mar.
Las otras dos o tres son pistas de tierra y roca en mal estado que escalan un ramal de la cordillera central, trazando curvas de manera tal que ni en google maps se han preocupado de dibujar como son, directamente pintan rectas cada quinientos metros.
Escogo una de ellas y cuando llego al desvío un mototaxista me advierte de dos cosas.
Primero. No voy a poder subir por la trocha en bicicleta. El firme está muy roto y el continuo desgaste de los taxis todoterrenos han convertido cada curva en un banco de arena fina como polvo, amen del fuerte desnivel a salvar en los 30 kilómetros.
Segundo. No me debe de sorprender la noche, pues hay una linda muchacha rubia que se aparece en las curvas y cuando esto ocurre es muerte segura para el desafortunado conductor. La Gringa la llaman.
Y como no me asustaba ni el estado de la carretera, ni una preciosa jovencita en vaporoso vestido a través del que se marcan sus turgentes pech.... estoooo, ok me centro.
Era cierto, la pista estaba hecha mierda, el avance penoso por momentos me hacía apretar los dientes, cubierto de tierra y sudor, manteniendo la trayectoria como podía en la capa de polvo que a ratos superaba los 30 centímetros. Me sorprendió el atardecer a media subida.
El lugar elegido, un balcón formado por el vértice extendido de una de las curvas, parapetado por una montonera de rocas que me ocultaba de los coches, un riachuelo para bañarme y vistas de millonario.
De la Gringa ni rastro... Probablemente olió el fuerte aroma a testosterona de ciclista solitario y no se atrevió a asomar el hocico. Una pena, lo habríamos pasado bien, da igual, a estas alturas ya estoy acostumbrado
Llegué a Contumazá al día siguiente en plenas fiestas patronales lo que complicó un poco el asunto para pernoctar. Todas las instituciones a las que suelo recurrir estaban cerradas o en operativos especiales por las fiestas y no podían ocuparse de un gringo.
Después de una hora buscando asumo el hecho de que debía encontrar un hospedaje pero los tres posibles lugares estaban completos.
Entonces recurrí a la gente preguntando por los comercios quien podía rentarme un cuarto o siquiera dejarme montar la tienda en algún garaje... Absolutamente todos a los que pregunté me dieron largas.
Sin preocupación pero un poco decepcionado me senté en la plaza del pueblo a comer un dulce de leche frita y decidir el plan a seguir, probaría en la iglesia y si no funcionaba continuaría unos kilómetros, ya casi de noche, para buscar un sitio tranquilo en el monte. Era fácil imaginar la apretada agenda del templo por las fiestas y que la respuesta sería, con probabilidad negativa.
Cruzo los dedos, una película fina de polvo y sudor me viste de frío que cala hasta los huesos y que las capas de ropa no son capaces de combatir. Han sido dos días duros de subida, estoy agotado y además cargo el virus regalo de las cholitas cajamarquinas. Si aunque sea me dejasen un rincón de algun pasillo...
En el templo resuenan los vientos de los miembros de la orquesta municipal que ensayan anárquicamente, un par de monjas y algunos seglares se afanan en la decoración del retablo y el paso con la figura del homenajeado, otros rezan, miran de reojo o duermen en las bancas. Demasiada actividad para que me atiendan me temo.
Llamo a la puerta de la sacristía, espero, llamo de nuevo. Manuel me abre y le suelto la retahíla de siempre...quien soy de donde vengo y que necesito.
Sin mediar palabra me dispara a quemaropa un abrazo traidor, que de un codazo derriba mi estupor inicial y se me anuda tenazmente en la garganta, pugnando por subir y desahogarse por los lacrimales. Tengo que hacer uso de toda mi estoica hombría para disolverlo en lo más profundo de las tripas y que no me delate, que no se note que el inesperado golpe me ha tocado hondo.
Fueron tres días en la mejor de las compañías. El padre Manuel y una nutrida visita de amigos de Cajamarca que guió en el pasado. Manuel estuvo a la cabeza de la catedral de esa ciudad y lideraba grupos de lectura e reinterpretación de las sagradas escrituras desde un punto de vista aplastántemente lógico, racional y adaptados a los nuevos paradigmas a los que se enfrenta la iglesia. Sin olvidar un espiritualidad y fe meditada, serena...sin fuegos de artificio.
Este tipo pone en tela de juicio pilares como la confesión, las procesiones, las figuras y reliquias etc, etc, lo que le valió el destierro a este pueblito en medio de las montañas, habitado por necios incapaces de ver al hombre brillante, humano, único que tienen al alcance. Al menos Manuel les sirve para inventar comidillas, dimes y diretes. Y entretener al pueblo tampoco está mal.
Recuerdo el día de la procesión, como cada uno de los 12 porteadores que me habían negado hasta el más humilde de los techos retorcían sus caras bajo el paso con Santo Tomás cargado de plata. Expresiones de sufrimiento, arrugas marcadas y labios entreabiertos brillantes de fatigada saliva.
En realidad el día anterior, ayudando a preparar el circo habíamos levantado el paso sin esfuerzo alguno entre dos hombres y dos mujeres. Pero ellos se sabían el centro de atención, la pista central del show, y como es sabido no hay que defraudar al público.
- Mira Álvaro, así funciona aquí la cosa. Llegué un día a una de las pequeñas comunidades indígenas que tengo que atender y van y me piden un sencillo templo.
Y yo que les pregunto que si quieren una iglesia querrán un Patrón, ¿no?. Claro padrecito, me responden ellos. Y que si tienen un Patrón le tendrán que celebrar una fiesta, digo yo. Y mira, como cobro por misas...pues más plata para el bolsillo.
Pero tu que has visto aquí en Contumaza, dime. Las calles sucias y asquerosas de meados y casi cada uno de los hombres del pueblo borrachos como cubas si no están inconscientes en el suelo, cargando sus pantalones cagados y la vergüenza de su esposa e hijos.
Yo escuche sus peticiones y una vez formuladas vinieron mis dudas y preguntas. A que hora se levantan vuestros hijos para ir a la escuela. A las 5.00 de la mañana, me dijeron, caminan dos horas para ir a la escuela, me dijeron. ¿Desayunan?, lo que "aiga" respondieron.
¿Sabes que? Mientras sea el párroco de esta zona ellos no van a tener su iglesia, lo que hicimos fue construir una escuela, los domingos retiramos las mesas entre todos y ahí mismito celebramos misa tan agusto.-
Fue el día que decidí partir finalmente que Manuel me dijo que me quedara a comer con todos. Estábamos en animada reunión en el acogedor comedor cuando llaman a nuestro anfitrión, invitado a la comida organizada por los nietos de los antiguos hacendados, ahora abogados en Lima. Estos habían regalado una comida popular a todo el pueblo, pero a esta mesa solo irían los personajes ilustres. Entre ellos el mismísimo monseñor que había desterrado a Manuel de Cajamarca y estaba aquí para oficiar la misa mayor.
-Esos malnacidos, en vez de regalar unas cuantas papas cocidas a esta gente, deberían de ceder a la comunidad todo lo que se robaron sus progenitores. En fin chicos, ¿Sabéis qué?, guardemos la comida para la cena...nos vamos a comer elegante.-
No se quien decidió que un ciclista vestido de faena con la ropa hecha un Cristo era la mejor opción para darle conversación a Monseñor de gesto serio, bronco y poderoso. Un riojano alto y de poblada barba flotando en la soledad de su cargo. Por suerte apareció el Alcalde con retraso y en hábil jugada le cedí mi silla para irme al otro extremo de la mesa junto a mis amigos. Por el mohín de Monseñor, no debió gustarle mucho el cambio por el lameculos político, lo cierto es que manteníamos una interesante conversación.
Un besamanos como broche final de la comida ya me hizo romper el descojono interior que llevaba aguantando un buen rato... Todos desfilando dando la mano al Alcalde a Monseñor y al chupatintas que ponía el parné. Un joven de unos treinta años con el palo de una escoba metida por el culo. Cuando me toco darle la mano agradeciéndole ni me miro a los ojos, seguro que no le hacía ninguna gracias que se le hubiese colado un indigente en shorts...por mi parte no pude reprimir una sonrisilla que me ladeo la comisura izquierda de los labios.
Podría escribir muchas más líneas acerca de Manuel, pero de seguro os hacéis una idea del tipo de hombre que es. Por cierto de forma particular acepta propuestas, proyectos y voluntarios que quieran mejorar este mundo en el que vivimos, independientemente de raza, sexo, religión o cualquier etiqueta que porte. ¿Os gustaría vivir una temporadita en Contumaza? Contactadme.
Una carreterita prendida de la pared de la montaña me destroza las articulaciones en un baile donde ella dicta los pasos y yo el tempo, en este caso lentissimo si no quiero despeñarme durante unas decenas de metros.
Alcanzo por fin la costa, la feísima panamericana que me lleva a Trujillo donde visitaré una de las Casas del Ciclista más famosas del mundo. Serán más de dos semanas esperando que los inútiles de DHL en Perú me entreguen mi ansiado paquete. Dos semanas de momentos laxos y de ratos intensos....no me bajo de la montaña rusa.
Que lo lleven lindo. Muak!